Cuenta Rosa Regás en su libro Ginebra, donde habla de sus vivencias en dicha ciudad, que tenía unos amigos suyos italianos que residían en Ginebra. Tenían muchos problemas con los vecinos, ante su costumbre de organizar fiestas.
La policía les había ya puesto varias multas ante las llamadas de los vecinos. Total, que, como querían organizar otra fiesta y no querían más multas, esta vez invitaron a los vecinos que más protestaban, especialmente a una vecina que tenían cerca.
Los suizos se lo pasaron fenomenal: bailaron, bebieron y se divirtieron hasta que a las dos de la mañana la vecina se fue arrastrada por su marido, mientras decía: ‘Ahora comprendo por qué se oyen risas y voces siempre. ¡Cómo me he divertido! Hacía años que no bailaba ni me reía tanto, qué divertido, muchas gracias son ustedes muy amables. Muchas gracias’.
Pues bien, la señora abrió la puerta de su casa y… llamó a la policía. Ya ven, las reglas son las reglas. Al día siguiente, cuando los italianos le afearon su postura, cuenta Rosa que la señora no entendía su enfado. ‘Las reglas son las reglas’, decía sorprendida.
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